De pronto arranco a llorar. No puedo parar de emocionarme.
Llegué a Frankfurt casi sin darme cuenta. No encontré por el camino ni un atisbo de preocupación o nerviosismo. El momento final, el reto, la conclusión se acercaba por momentos. Y ahí estaba yo, después de cuatro meses, apresurándome a marcharme de la oficina para concentrar todos mis esfuerzos en un único momento: mi Primer Maratón.
Me apetecía permanecer pensativo, en silencio, y recorrer libre los senderos hasta la línea de salida. No sentía ningún tipo de presión. Sólo quería fluir, dejarme llevar. Supongo que no necesitaba reafirmarme ni distraerme con artificialidades, sino que prefería la sensación de meditación conmigo mismo. Repasar cada día de entrenamiento, recabar factores potenciadores y estímulos positivos que proyectar hacia el día de la prueba. Acababa de aterrizar en Frankfurt y ya me sentía capaz de traspasar el muro de los 42.195 metros y convertirme así en maratoniano.
De repente sentía la necesidad de correr, de exprimir mi cuerpo y llevarlo al límite. Quería tomar la salida y me sentía con ganas de dar lo mejor de mí. Sólo encarándolo de ese modo, conseguiría obtener el mejor de los resultados posibles, el verdadero, el real: la meta y la medalla de Finisher.
Pasó el sábado y ni nos enteramos. El día previo fue la jornada para tomar oxígeno y concentrarse en la idea de que llegaba el momento crucial de presentar mis credenciales para sortear la barrera que separaba la vida de los sueños. Ayudaría el haber sido escrupuloso en cada entrenamiento, pero también el descanso y los momentos previos a la prueba. Cuántas variables controlar, y cuan variable el ganar o perder el control sobre palancas tan importantes como la climatología, los pequeños percances en los avituallamientos y todos aquellos saboteadores que intentaban colarse en la fiesta sin ni tan siquiera llamar a la puerta.
Cuando me quise dar cuenta estaba en la línea de salida con un grande: David Aouita. Intentaríamos ir juntos, nos ayudaríamos a progresar y así nos sentiríamos respaldados en el comienzo. Quería creerme mi Reto, mi Objetivo, mi Sueño, y perseguirlo hasta el final. Y así fue como a partir del kilómetro 3, ya correteaba solo por las calles de Frankfurt en la franja de 4’15’’-4’20’’/km.
No es que volaran los kilómetros, sino que estaba preparado para atravesarlos uno a uno. No tuve prisa ni di ninguna opción al tambaleo. No arriesgaba más que lo necesario, y al mismo tiempo no me alejaba de mis propias expectativas. Creer en ti es la mejor manera de jugar bien tus cartas. Eso dentro y fuera del Running.
El paso por el km 10 me recordó que no estaba siendo Osado, pero sí Valiente y sólo suficientemente Atrevido. Cauto pero Guerrero y Persistente. Bebía en cada avituallamiento aunque no tuviera ganas, siguiendo los consejos de José Carlos Hernández, y si el cuerpo me pedía glucosa se la daba. ¿Quién era yo para no hacer todo lo que este me dictara?
Y después de 15 kilómetros corriendo, ya sabía que rondaba un minuto por encima de la excelencia. Para qué agobiarse si todo estaba yendo sobre ruedas y me sentía Grande, Audaz y Desafiante.
El paso por la media maratón me hizo creer (así lo pienso todavía) que estaba haciendo una carrera Espectacular. No debía correr más deprisa que 55 segundos sobre el Reto y ni siquiera pensaba que deslizarme por el suelo encharcado, completamente empapado y en contra del viento, fuera a suponer un inconveniente. ¿Qué iba a decir yo después de haber volado en Lanzarote y haberme visto rodeado de la humedad de Barcelona y las olas de calor de Andalucía durante más de 1.500 kilómetros de entrenamiento. ¿Acaso iba a derrumbarme por culpa de un día lluvioso y de ventolera?
Llegó el kilómetro 30 y poco a poco, entre agua, geles y kilómetros recorridos, empecé a notar la sensación de tener que ordenar a los músculos qué debían hacer para continuar estando a la altura de las sensaciones primeras. Y fue a falta de diez kilómetros para el final cuando empecé a soñar con mejorar los parciales.
Me sentía especialmente bien y aquello del muro ni siquiera se me pasaba por la cabeza. Pero quiso la mala fortuna que tuviera que sortear a un corredor que se paraba de golpe en un avituallamiento, y al hacerlo un abductor diera señales de fatiga. Sentí como un chasquido y una sensación de dolor agudo.
Obvié el percance y volví a lanzar un ataque para pelear las 3 horas, pero en el kilómetro 34 sentí el músculo avisando y amenazando con estallar. Ni caso, me repetía el corazón a la vez que la mente me pedía aflojar un poco el ritmo. En ese instante, lo importante e imprescindible comenzaba a ser llegar entero y con fuerza.
Y así pasaba el kilómetro 36 donde el Mister Castilla me cantaba que iba camino de las 3h2minutos. Sin embargo, en ese momento ya empezaba a comprender que me había hecho daño y que al ir descendiendo el ritmo, estaba dándole al cuerpo la oportunidad de tomar el control de la situación.
Descender la velocidad era como un peaje a pagar para llegar al final, y así lo asumí sin sentirme culpable. No podía hacer más y persistí hasta el final consciente de mis limitaciones y mis fortalezas. Por momentos, quería llegar a meta y sentirme invencible. Era la oportunidad de recordarme a mí mismo que la vida era el conjunto de días excelentes que comprendían el camino hacia la Victoria. Y yo estaba a punto de conseguir esa Victoria.
En el último kilómetro ya no sentí ningún dolor. Ya no apretaba los dientes y sabía que si mantenía el ritmo fácil no me rompería y podría llegar sin problemas. Faltaba un suspiro y allí estaban todos en la última recta, el BC Team aplaudiendo, y en mi mente todas aquellas personas que nos habían acompañado en los cuatro meses tan intensos de preparación: Los Misters José Castilla y Jesús García con sus consejos magistrales, nuestra Coach Teresa Morales, nuestra nutricionista Cecilia León, Sportwell con Xavi Linde a la cabeza, Sands Beach Resort con Juan Carlos Albuixech y su amor por el deporte, la literatura y las personas con grandes sueños; mis magníficos compañeros debutantes del Reto David Bautista, Irina Mas y Laura Rodríguez, compañeros de fatiga Joan Terán, David Aouita, Isaias Alonso, Carlos Lorenzo, Mon, Roger Compte, David Gauxachs y Carlos García; Jordi Terán siempre abrazando al Reto; patrocinadores Saucony (cómo volaban las Kinvara), Hoko y Flectomin, Carlos G.Mariscal y su especial visión deportiva y terapéutica, mis compañeros canarios Gonzalo Quintana y Pancho, el malagueño José Lobillo, mi gran amigo José Manuel González Gallego, siempre al otro lado de esta fuerza que me empuja a correr y a soñar. Y tras esos 195 metros y una cortina de viento, mis padres y mi abuela en mi mente, y mi hermano y mi gran musa, compañera y amor siempre presentes.
De pronto arranco a llorar. No puedo parar de emocionarme.
Grande el corazón que lágrimas caer de la emoción al cruzar la meta puño en alto, Victorioso, Satisfecho, Ganador y Solitario Soñador que nunca retrocede, que avanza y que antecede a los límites, que se sobrepone y rodea lo imposible. Visible al fin, puño alzado, el comienzo de una senda que ha tocado la ilusión que un día hace muchos años sentí en el alma estremecerse un instante que se ha de prolongar:
Soy maratoniano, y este es el prólogo de la bonita historia que ahora vengo a contaros…
28 de octubre de 2013 – Vuelo de Frankfurt a Barcelona
Francis Campos
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